El “Beckenbauer del Este”, un traidor al que nunca perdonó la Stasi

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El “Beckenbauer del Este”, un traidor al que nunca perdonó la Stasi

El “Beckenbauer del Este”, un traidor al que nunca perdonó la Stasi

El “traidor” se subió al coche. Era una noche fría en Braunschweig, y la carretera estaba casi vacía. Venía del pub Cockpit, donde había pasado unas horas antes de marcharse. Su Alfa Romeo GTV6 avanzaba por las calles en dirección a su casa. A las once de la noche, tomó la curva en Querum. Pero no pudo superarla. Se estrelló contra un árbol, dejando el metal deformado y el silencio sobre el asfalto.

Las causas del siniestro nunca fueron aclaradas. En un primer momento se apuntó a una posible distracción del conductor, ya que la policía de la República Federal Alemana había descartado el sabotaje del vehículo. Algunos datos sugerían una intoxicación alcohólica: 2,2 miligramos por litro en sangre. Pero ¿cómo era posible que alguien que apenas había bebido, según los testigos, pudiera encontrarse en tal estado de embriaguez?

El Alfa Romeo en que se accidentó el futbolista alemán Lutz Eigendorf, que murió dos días después, el 7 de marzo de 1983

El Alfa Romeo en que se accidentó Eigendorf el 5 de marzo de 1983

Rust/ullstein bild vía Getty Images

Los servicios de emergencia le trasladaron en estado crítico al hospital de Brunswick, donde falleció dos días después como consecuencia de las heridas. La muerte del “traidor” quedó sepultada en el misterio desde aquella noche del 5 de marzo de 1983. En algún despacho lejano, al otro lado del Muro, alguien en la Stasi sabía que su misión estaba cumplida.

“Muerte al traidor”

El “traidor” se llamaba Lutz Eigendorf, futbolista del equipo local, el Eintrach de Braunschweig. Un hombre marcado por el aparato del régimen de la RDA desde que decidió cruzar la frontera cuatro años antes y fugarse a la Alemania Federal, dejando atrás a su mujer y a su hija (con quienes esperaba reunirse en el lado occidental). A sus padres. A su equipo de toda la vida, controlado por un gobierno que amañaba los partidos, el Dynamo de Berlín. A su país, la República Democrática Alemana, convertido en una jaula irrespirable.

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El “traidor”, en lucha con sus demonios interiores, suspendido entre el ansia de libertad y la angustia de empezar de nuevo en un país extraño, creía haber puesto tierra de por medio con su pasado. Pero hay cosas que no se dejan atrás. Hay sombras que saben esperar su momento.

El 20 de marzo de 1979, aprovechando la disputa de un partido amistoso contra el Kaiserslautern en Alemania Occidental, Eigendorf decidió abandonar el hotel de la expedición y fugarse en un taxi con destino a su nueva vida. A partir de aquel día, el Ministerio para la Seguridad del Estado, la temible Stasi, activó un protocolo de vigilancia y seguimiento. A medida que su presencia en Alemania Occidental se consolidaba, la persecución se intensificó.

Foto de 1979 de la Stasi de Lutz Eigendorf (izqda.) y el también futbolista Jürgen Pahl, que había huido de la RDA en 1976. La Stasi sospechaba que ayudó al primero a escapar

Foto de 1979 de Eigendorf (izqda.) y el también futbolista Jürgen Pahl, que había huido de la RDA en 1976. La Stasi sospechaba que ayudó al primero a escapar

Archivos Federales de Alemania, MfS AP No. 3068/92, p. 46

Con la desclasificación de documentos tras la reunificación alemana, salió a la luz una escalofriante frase archivada en su expediente: “Tod dem Verräter!” (“Muerte al traidor”). La anotación, más allá de un mero apunte burocrático, parecía sellar el trágico destino de Lutz Eigendorf.

En el año 2000, el periodista Heribert Schwan exploró en profundidad esta historia en su documental homónimo, reconstruyendo la cacería a la que fue sometido el futbolista y los misterios que rodean su muerte.

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“Las pruebas sugieren que entonces fue presa del aparato de Mielke [el jefe de la Stasi], que quería vengarse y dar un escarmiento tres días antes de un partido amistoso del FC Dynamo de Berlín en Stuttgart”, explica el historiador Jens Gieseke en su libro sobre la historia de la Stasi (Die Stasi: 1945-1990, 2011). “No se olviden de Eigendorf”, dicen que se oía con frecuencia en los pasillos de las oficinas del servicio de inteligencia alemán.

El “Beckenbauer del Este”

Elegante. Sutil. Con una calidad técnica incuestionable y una inteligencia sobre el campo fuera de lo común. El centrocampista del Dynamo de Berlin, el equipo favorito del régimen comunista de la RDA, estaba considerado una de las grandes promesas del fútbol de su país. Un jugador diferente que representaba el éxito del deporte de la Alemania Oriental, un emblema y una herramienta de propaganda en el juego de espejos que le situaba frente a Franz Beckenbauer, la gran estrella de la otra Alemania, la que se había entregado al capitalismo más allá del Muro.

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Franz Beckenbauer, capitán de su selección, recoge el trofeo tras su victoria en el Mundial de 1974

AFP

“La RDA siempre intentó ser un alumno ejemplar del movimiento olímpico, sabiendo que era allí donde lograba sus mayores éxitos. Desde México 1968, había conseguido superar a Alemania Occidental en el medallero en todos los Juegos Olímpicos. Con ello, la RDA quería demostrar que también era la ‘mejor Alemania’ políticamente. En 1976, el pequeño país incluso venció a Estados Unidos, y en 1984, en Sarajevo, superó incluso a su ‘Gran Hermano’, la Unión Soviética”, explica Jutta Braun, historiadora del ZZF Potsdam, instituto dedicado a la historia contemporánea alemana y europea.

Cuando decidió escapar, la traición no fue solo política, sino también simbólica. Su huida representó la quiebra de un mito, la negación de un ideal cincelado durante años por el régimen. Y, sobre todo, la profunda decepción de Erich Mielke, jefe de la Stasi y presidente del Dynamo de Berlín, para quien Lutz era algo más que un jugador.

“Al principio su relación tenía tintes paternales. Mielke adoptó a Lutz como su protegido, creyendo que podría aportar mucho al equipo y al país. Le concedió favores más allá de los habituales para un jugador prometedor y lo trató como a un hijo”, relata el escritor y periodista Eduardo Verdú, quien hizo a Eigendorf protagonista de su novela Todo lo que ganamos cuando lo perdimos todo (Plaza & Janés, 2018).

Erich Mielke, ministro de Seguridad del Estado (Stasi), visita el vestuario del Dynamo de Berlín tras una victoria del equipo de fútbol en 1980

Erich Mielke visita el vestuario del Dynamo de Berlín tras una victoria del equipo de fútbol en 1980

Archivos Federales de Alemania, MfS SdM Fo 512 Imagen 2

Pero en la RDA todo privilegio tenía su precio. La confianza de Mielke estaba atada a la condena de su pérdida de libertad. Su vida estaba medida, vigilada, controlada. “Con el tiempo, Lutz comenzó a ver la corrupción en el fútbol y en el régimen, lo que lo decepcionó profundamente. Se sintió instrumentalizado políticamente, llevado al extremo en la selección nacional, cargando con la responsabilidad de representar a todo un país. La presión era desproporcionada, y la realidad del amaño en el fútbol le hizo darse cuenta de que Mielke no era el hombre íntegro que parecía ser”, continúa el periodista.

El fútbol como propaganda

Mielke, el oscuro jefe de la policía política de la RDA y mano derecha de Erich Honecker, era un fanático del deporte rey con una obsesión secreta: hacer de su Dynamo de Berlín el club más grande de Alemania. Amenazas de cárcel, sobornos o amaños de partidos. Todo valía para hacer de su escuadra el “Bayern de Múnich de la Alemania del Este”. Incluso descapitalizar de todo su talento y poderío al principal rival del país, el Dynamo de Dresde.

En 1954 Mielke trasladó a Berlín por decreto a los mejores jugadores, entrenadores incluidos, del entonces campeón de liga. “El deporte de la RDA servía de escaparate del socialismo, y los atletas eran considerados ‘diplomáticos en chándal’. En la ideología del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED), el nivel deportivo era similar al militar. De los atletas de la RDA no solo se esperaba que derrotaran a los ‘enemigos de clase’ de Alemania Occidental en atletismo, sino también que los ‘odiaran’ como adversarios políticos”, explica Braun.

Erich Mielke, ministro de Seguridad del Estado y presidente de la Asociación Deportiva Dynamo, en la celebración del 4.º Campeonato de la RDA del BFC Dynamo en 1982

Erich Mielke en una celebración del BFC Dynamo en 1982. Tras él, un retrato de Erich Honecker, presidente de la RDA

Archivos Federales de Alemania, MfS SdM Fo 183 Imagen 22

Lo mismo puede aplicarse al fútbol. La principal liga, la DDR-Oberliga, funcionó desde 1949 hasta la reunificación alemana en 1990 como una herramienta de propaganda y control social. La huida de cualquier deportista era un acontecimiento especialmente embarazoso para el régimen, ya que significaba que un ídolo socialista había cambiado de bando y logrado éxitos en el campo político contrario.

Uno de los golpes más duros para el gobierno fue la fuga del nadador de larga distancia Axel Mitbauer, que nadó más de veinte kilómetros a través del mar Báltico en 1969 hasta Lübeck. Como respuesta, la Stasi intensificó la vigilancia sobre los deportistas de élite.

Foto de los timbres del edificio en el que Lutz Eigendorf tenía alquilado un apartamento en la RFA. En la imagen se lee: “Arriba a la izquierda Eigendorf” y “campos negros = apartamento en alquiler”. Revela la posible intención del MfS de colocar espías de la Stasi en el apartamento vecino

Foto de los timbres del edificio en el que Eigendorf tenía alquilado un apartamento en la RFA. En la imagen se lee: “Arriba a la izquierda Eigendorf” y “campos negros = apartamento en alquiler”. Revela la posible intención del MfS de colocar espías de la Stasi en el apartamento vecino

Archivos Federales de Alemania, MfS ZKG Fo 28 Imagen 32

Lutz Eigendorf fue uno más de los cerca de quinientos atletas que, se calcula, huyeron de la RDA a finales de los años setenta. Y aunque todos fueron perseguidos, pocos sufrieron un acoso tan sistemático y prolongado como el que tuvo que soportar la estrella del Dynamo de Berlín.

El Estado-espía más perfecto

Alemania del Este está considerado uno de los Estados-espía más sofisticados de todos los tiempos. Y la Stasi fue su insaciable tentáculo, el aparato que vigiló a un país de 17 millones de personas, con una plantilla fija de más de 97.000 agentes (un número 1,5 veces mayor que el del ejército de la RDA) y una tupida red compuesta por más de 173.000 informantes.

Según afirma el historiador John Koehler, Mielke convirtió a la Stasi en “un instrumento para la opresión de la población de la Alemania oriental, como también en uno de los servicios de inteligencia más efectivos del mundo”. Se calcula que el centro de inteligencia alemán llegó a desplegar a más de cincuenta agentes para vigilar y documentar cada uno de los pasos que daba Lutz Eigendorf en su nueva vida.

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Nadia Comaneci ante la prensa en los Juegos Olímpicos de Montreal de 1976.

Después de desertar en 1979, el futbolista se estableció en Alemania Occidental, donde trató de continuar su carrera futbolística. “Su fuga no fue solo para mejorar como futbolista, sino para escapar de una competición manipulada. También quería medirse con los mejores jugadores del mundo y dejar atrás el entorno cerrado en el que se encontraba”, afirma Verdú.

“Además –sigue explicando el periodista madrileño–, lo seducía la posibilidad de ser una estrella en un mundo capitalista, con sus privilegios y oportunidades. Soñaba con disfrutar de los lujos y ventajas que el otro lado del Muro ofrecía: fama, dinero, coches, mujeres y la atención de la prensa. Buscaba no solo una carrera deportiva más brillante, sino una vida más plena y libre”.

Lutz Eigendorf, futbolista del FC Kaiserslautern, Alemania Occidental, 1980

Eigendorf como jugador del FC Kaiserslautern, Alemania Occidental, 1980

Ferdi Hartung/ullstein bild vía Getty Images

La esposa de Lutz Eigendorf, Gabrielle, tuvo un destino complicado tras la deserción de su marido. La Stasi intervino en su vida personal a tal grado que envió a un agente del servicio secreto para seducirla, lograr que se divorciara de su marido, contrajera un nuevo matrimonio y tuviera otro hijo.

¿Accidente o asesinato?

Por su parte, Eigendorf trató también de reconstruir su vida en Alemania Occidental y formar una nueva familia. En el terreno deportivo, tras jugar durante dos años en el FC Kaiserlautern (1980-1982), apuró sus últimos partidos en las filas del Eintrach Braunschweig. Y aunque su vida parecía salir finalmente a flote, nunca pudo escapar de la sombra invisible de la Stasi.

Foto de seguimiento de la Stasi de Lutz Eigendorf en el campo de entrenamiento del FC Kaiserslautern

Foto de seguimiento de la Stasi de Eigendorf en el campo de entrenamiento del FC Kaiserslautern

Archivos Federales de Alemania, MfS ZKG Fo 28 Imagen 233

En aquella curva de Querum, la vida de Lutz se salió de la carretera. Había conseguido huir de un país, pero no de su destino. El fútbol había sido su pasión, su escapatoria, pero ni siquiera el deporte pudo protegerlo del alcance implacable de quienes nunca dejaron de verlo como un traidor. Hasta aquella noche aciaga de marzo.

¿Accidente o asesinato? “En mi novela especulo con la idea de un sicario y distintos métodos, como el uso de veneno, pero la verdad es difícil de establecer. Lo que sí sabemos es que hubo una persecución intensa y que, sin duda, querían su muerte. Los detalles pueden estar envueltos en el misterio, pero el objetivo de la Stasi no deja lugar a dudas”, sostiene Eduardo Verdú.

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Bailarinas del ejército soviético en una representación en Toronto, Canadá, en 1987

La muerte del “Beckenbauer del Este” fue también una advertencia: el castigo anunciado para todos aquellos que alguna vez osaran soñar con cruzar la línea roja e imaginar una vida más allá del Muro. “¿Fue Eigendorf una mera satisfacción vicaria del deseo de vengarse de los ‘traidores’ de una nueva generación desagradecida que buscaba su salvación en el brillante Occidente?”, nos hace preguntarnos Jens Gieseke.

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